LABRANDA DE RÓGER SANTIVÁÑEZ



Integrante del iconoclasta grupo “Kloaka”, Doctor en poesía hispanoamericana por la Universidad de Temple, Róger Santiváñez (Piura, 1956) ha forjado un estilo en el ámbito de la lírica de los años ochenta que se caracteriza por una búsqueda de un equilibrio entre el coloquialismo imperante desde los años sesenta en el Perú y expresiones más elaboradas, acaso impregnadas de un estilo más barroco, propenso al paralelismo sintáctico y a la profusión de aliteraciones.

De ello puede dar testimonio Labranda (Lima: Tranvía Editores, 2009), cuya segunda edición llegó a mis manos hace algunos meses.
Se trata de un poemario dividido en tres partes: “Hall”, “Once Again” y “Homenaje a Ezra Pound”. La primera sección tiene un poema liminar (“Stretti”) y, luego, cuatro momentos: “Winter”, “Spring”, “Summer Time” y “Autumn”. En el texto inicial (“Stretti”), el poeta configura un paisaje donde, a la manera de una poética de la sensación, habla de aguas parpadeantes, de un petirrojo y de un mundo ondulante, imágenes que, por momentos, nos recuerdan –salvando las distancias— a la poesía de José Lezama Lima: “Aguas parpadeantes inquietas avanzan/ Sus pájaros planean & sucumben ante/ El fragor súbito del súbito sol en penumbra dorada” (p. 11).

En la estación del invierno, destaca un tono heredero de Reinos de Jorge Eduardo Eielson. Santiváñez coincide con este último en lo que respecta al tópico del ángel tan caro a Rainer María Rilke. En “Aglae” se alude a un fauno, hecho que nos trae a la memoria la lírica de Stéphane Mallarmé.
En “Spring”, el poeta intenta un contraste entre la cotidiana de Lima asociada a la adolescencia del yo poético y el mar que lleva a la muerte de una gaviota: “La rada en que fallece una gaviota”. En “Summer Time”, aparece un torrente de metáforas: “Talle de rosa firme en lo cenizo/ De tu piel papel escrito & retocado/ Reventazón de mástil bajo toalla”. Imágenes sugestivas al lado de recursos típicamente barrocos como la sustantivación del adjetivo (“lo cenizo”) y el cúmulo de aliteraciones de la líquida /l/ ponen de relieve un trabajo minucioso en el nivel de significante.

En la estación de otoño, se manifiesta la figura del sujeto migrante que se desplaza de Sudamérica a Filadelfia (poema “Jazmín”) y que percibe, como dice Antonio Cornejo Polar, el mundo escindido en su memoria, donde el “allá” y el “aquí” parecieran confundirse en la mente del hablante. Se habla de Piura y el texto termina con un idilio en Filadelfia. Se “confunden” los tiempos y espacios: el corazón del yo poético da la impresión de querer irse a Sudamérica, pero algo liga al locutor con Fildadelfia.


Labranda es un libro muy valioso en el ámbito de la poesía hispanoamericana actual. Su propuesta es barroca; sin embargo, navegar a contracorriente es sinónimo de asumir un desafío, pero también de riesgos. Poetas como Lezama Lima o novelistas como Alejo Carpentier han configurado una visión del mundo plenamente barroca. Santiváñez es un escritor muy talentoso, mas sus recursos, herederos de Lezama, aún no han podido conformar un universo (una ideología) cabalmente barroca. Tenemos confianza de que lo hará en los próximos poemarios que leeremos con interés y delectación.

Comentarios

Anónimo dijo…
Gracias. Me ha dado una nueva perspectiva sobre Labranda. Saludos.
Anónimo dijo…
Profesor. No se olvide de seguir posteando reseñas pero no solo de poesia tambien hay narrativa y ensayo.
Siempre es bueno leer reseñas claras como las suyas.

Carla
Estimada Carla: haré una reseña y la publicaré en los próximos días. Saludos, Camilo.

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