Un notable poemario de Manuel Fernández



En la promoción de poetas surgidos en la primera década de este siglo, destaca nítidamente Manuel Fernández (Breña, 1976). Ha publicado Octubre (2006), un poemario que fue calificado positivamente por la crítica especializada. Ahora nos entrega La marcha del polen (Lima: Estruendomudo, 2013. 86 pp.) En este  libro sobresalen el buen manejo de la musicalidad del poema y el gran proyecto de hacer una poesía de corte épico, pues busca reconstruir la historia de su terruño, es decir, Breña. Trata, además, de situar dicha historia entre el auge de la utopía del socialismo y la caída de esta. El poemario se halla estructurado en seis partes. En la primera (“Fundación de Beña”) se relata no solo el surgimiento del distrito del locutor, sino la llegada de la modernidad (“el progreso”) y de la industrialización,  a través de un “fresco” donde se dan cita la invasión de los espacios urbanos, el sindicalismo, la utopía socialista, la religiosidad centrada en el culto a la Virgen y la llegada del Papa. En la segunda (“Sobre los paisajes de la locura”) se concibe que la vida es un paisaje abrumado de corporeidad, del movimiento de los afectos y el contexto familiar. Ya no es el amor entre Romeo y Julieta o entre Hamlet y Ofelia, sino entre el mondongo y la azucena.  “Hospital del niño” es un intenso poema que relata el ir y venir de las enfermeras, el parto inminente y una reflexión del tiempo asociado al nacimiento: “hay flores que crecen y mueren confundidas/ atacadas por el frío de un invierno crudísimo/ mientras algunos parlamentos se escriben confusos en mi memoria” (p. 35). En la tercera parte (“Carteles luminosos inundan Breña”), vemos el funcionamiento de un solo poema heredero del prosaísmo de la poesía de los años setenta. Se elimina la puntuación a la manera vanguardista y se reitera la conjunción “y” para aglutinar los contenidos del texto, recurso empleado por poetas como Pablo Neruda en Residencia en la tierra. En la cuarta (“Estados pontificios”), aparece “La marcha del polen”, donde una de las figuras centrales es el papa Karol Wojtyla (la otra es Walesa) y se desarrolla, además, la caída de la fe en el paradigma. Los dogmas, en la denominada era posmoderna, se vienen abajo: la democracia y los valores cristianos, por ejemplo. En la quinta (“La oración del fin”), el locutor alude a la posibilidad de reinventar el amor en condiciones ciertamente difíciles: “ámame esta noche sobre los paisajes de la locura/ mientras que los náufragos contemplan el naufragio” (p. 81). En la sexta y última parte (“Anexos”), hay un homenaje póstumo a un personaje vinculado a la infancia del poeta: Abdón Sánchez. Además, hay unos poemas de adolescencia donde se evoca el colegio como un espacio de calma y de armonía.
La marcha del polen es un notable poemario por el ambicioso proyecto de poesía de tono épico que formula y el manejo de las referencias culturales (hay una evocación a Ezra Pound, “mi amigo inconfesable”, como decía Luis Hernández). Sin embargo, pienso que existen algunos recursos estilísticos (léase lugares comunes) que Fernández debería evitar en su próximo poemario: la imagen de las luces de neón, tópico recurrente de la retórica de la poesía de los años setenta; y, asimismo, el empleo de las mayúsculas (“ESTA NOCHE ESCRIBES ESTA CARTA”, por ejemplo), recurso gastado de la poesía vanguardista de los años veinte del siglo pasado. Al margen de esas objeciones, Fernández revela un cuidadoso trabajo con la escritura y un compromiso con la palabra que lo convierte en uno de los poetas peruanos jóvenes más talentosos de los últimos años.


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