Los infiernos de Jorge Valenzuela



Profesor universitario, cuentista e investigador de la Universidad de San Marcos, Jorge Valenzuela (Lima, 1962) es uno de los más destacados narradores surgidos en los años ochenta del siglo pasado. Ha publicado cuatro libros de cuentos: Horas contadas (1988), La soledad de los magos (1994), La sombra interior (2006) y Juegos secretos (2011). Asimismo, ha visto la luz su ensayo titulado Principios comprometidos. Mario Vargas Llosa: entre la literatura y política (2013), donde se analiza la teoría del compromiso que se evidencia en la ensayística del autor de La casa verde.

Acaba de aparecer Infiernos mínimos (Lima: Campo Letrado, 2014), un racimo de cuentos, algunos extensos y otros breves, que retratan la enfermedad, la soledad y el desamparo del hombre en el mundo. Valenzuela tiene un incuestionable oficio de narrador: emplea frases cortas, introduce un elemento inesperado en la trama y recrea situaciones en espacios cerrados que se constituyen en metáforas de desintegración social.

En “El reencuentro” dos jóvenes mujeres disfrutan de una película de manera amena, entonces un tercer personaje femenino se incorpora en la escena para introducir el desasosiego de modo inopinado. Frente a la necesidad de recuperar el tiempo perdido y la amistad por parte de las dos muchachas, aparece el tópico de  la enfermedad de otro personaje (una mujer que tose de manera extraña), hecho que lleva a establecer contraste entre diversos estados de ánimo. El final imprevisto del relato establece una atmósfera donde se mezclan el terror y la muerte.

En “El enemigo insólito” , el narrador medita en primera persona, se pasea por su habitación sumergido en la más absoluta soledad: “Estoy solo, como en los últimos días, lejos de quienes alguna vez me protegieron, atento a cualquier movimiento, alerta ante algún auto imprevisto, temeroso de alguna sombra veloz” (p. 31). Brota en su mente la calle solitaria de la urbe cubierta por la lluvia y llega a la siguiente conclusión: “Nunca fui, lo que se dice, un hombre de bien ni pretendí serlo” (p. 35). Se trata de un cuento de una ostensible dimensión introspectiva: un ser humano, en el centro de su habitación, que trata de darle algún sentido a su vida. Parece simplemente una aproximación a la orilla de la muerte. Se crea una buena atmósfera: los objetos se impregnan de presentimientos, de presagios. ¿Tiene sentido la existencia?, parece preguntarse el narrador y una posible respuesta negativa a dicha interrogante parece acosarlo de manera interminable.

En “La corbata”, el mejor cuento del libro, la trama es más compleja. Un empresario alquila una habitación de su casa a una mujer que trae a su supuesta pareja, quien, en realidad, es su hermano, sumido en una misteriosa enfermedad, que posee la costumbre de andar luciendo una corbata en situaciones verdaderamente insólitas. Aquí la maestría de Valenzuela hace que los personajes parezcan fantoches arrastrados por un destino irrevocable: cruzan la escena como residuos de seres humanos que caminan sin conocer el rumbo fijo. Sentimiento de degradación unido a la idea de que todos sucumbimos frente a la ineluctable muerte.

Infiernos mínimos es un libro sugerente y bien escrito. La noción que subyace a los relatos es que cada personaje vive su propia desgracia sin poder hacer casi nada para remediarla. La vida transcurre de modo rutinario, pero un suceso imprevisto hace que todo se transforme y, en esa nueva situación, el infierno se vuelve algo real y palpable. No es una simple metáfora, sino un conjunto de hechos (desesperanza, predicción de muerte, por ejemplo) que se impone de modo contundente. Jorge Valenzuela, en tal sentido, sugiere sutilmente la atmósfera e invita al lector a la reflexión sobre el carácter transitorio, no apacible, de la existencia humana.



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