Manuel González Prada y César Vallejo
Hay un aspecto, sin duda, notable tanto en el autor de Pájinas libres como en el de España, aparta de mí este cáliz: la
necesidad de reaccionar creativamente frente a una propuesta estética anterior.
González Prada se opuso a la cosmovisión que subyace a las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma; Vallejo liquidó las
propuestas modernistas en Trilce y
abrió su discurso al imaginario vanguardista. Ambos conocían hondamente la
tradición poética peninsular, pero jamás imitaron la obra de poetas españoles,
sino que se nutrieron de la tradición literaria francesa.
Si hay algo que hermana a los dos escritores es la oscilación entre la
visión cosmopolita y el indigenismo a lo largo de su obra literaria. González
Prada estudió las estrofas francesas del siglo XIX en su Ortometría, un tratado de métrica que fue publicado póstumamente;
pero, asimismo, se acercó creativamente al mundo andino en Baladas peruanas. Por su parte, Vallejo escribió una obra teatral
en francés (Lock-out) y algunos
textos de crítica de teatro, como “Notas sobre una nueva estética teatral”, en
la lengua de Charles Baudelaire. Sin duda, el problema del bilingüismo es clave
para comprender a plenitud la obra de ambos creadores. En la poesía de Vallejo,
hay términos que proceden del quechua, del culle (lengua indígena desaparecida
que se hablaba en el norte del departamento de la Libertad) y del francés. La
obra poética de González Prada adaptó la métrica francesa al español en Minúsculas; pero, al mismo tiempo, el
político y orador peruano empleó algunos términos que vienen del quechua en Baladas peruanas.
En tal sentido, los dos escritores vieron en Francia el símbolo de la
modernidad literaria; sin embargo, no fueron meros imitadores, pues se
aproximaron a la corriente indigenista en el ámbito de la literatura. Por
ejemplo, González Prada evoca, en su poesía, el origen del Imperio Incaico a
través de la dualidad como centro de la cosmovisión andina. Vallejo pergeñó
poemas, como “Idilio muerto” o “Telúrica y magnética”, donde observa cómo el
hombre del ande manifiesta el pensar mítico distinto de la racionalidad
instrumental que prima en Occidente.
En marzo de 1918, el diario La Reforma
de Trujillo publica la entrevista que Vallejo le hizo a González Prada. Se
trata de un encuentro sin precedentes entre dos gigantes de la cultura peruana.
El poeta de Santiago de Chuco era aún el joven que se aproxima al erudito
lúcido que lo encauza por el ámbito de la literatura universal y describe así su
experiencia de ver al notable intelectual peruano: “Yo le miro sobrecogido; el
corazón me late más de prisa, y vuelan disparadas mis mayores energías mentales
hacia todos los horizontes, en mil centellas raudas, como si algún latigazo
dirigente fustigara de súbito a un millón de brazos invisibles para un trabajo
milagroso, más allá de la célula… Es que González Prada, por una virtud hipnótica que en estado normal sólo
es peculiar al genio, se impone, se adueña de nosotros, toma posesión de
nuestro espíritu y acaba por sugestionamos”.
No está de más recordar que Vallejo dedicó a su mentor el
poema “Los dados eternos” escribiendo estas ilustrativas líneas: “Para Manuel González Prada, esta emoción
bravía y selecta, una de las que, con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran
maestro”. Lo que sucede es que el poeta santiaguino quería liquidar el legado
hispanista y abrir su discurso al pensar mítico andino. Por eso, se nutre de un
manantial inagotable: el pensamiento de Manuel González Prada.
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