Manuel González Prada y César Vallejo


Poetas, prosistas e intelectuales de renombre en el siglo XX, Manuel González Prada (1844-1918) y César Vallejo (1892-1938) han marcado la historia del Perú contemporáneo. El primero fue un político anarquista que representó el espíritu crítico después de la Guerra del Pacífico (1879-1883); el segundo llegó a las canteras del marxismo después de la Primera Guerra Mundial y del discurso modernizador del oncenio de Augusto B. Leguía (1919-1930). El mago de Horas de lucha escribió sobre la relación entre el intelectual y el obrero; el artífice de Los heraldos negros dedicó notables páginas a los defensores de la República en la guerra civil española. Para ambos autores, la teoría no debía separarse de la práctica: González Prada cuestionó la imitación como principio artístico y, en su oratoria, buscó siempre la originalidad expresiva; Vallejo realizó en su ensayo “Autopsia del superrealismo” una crítica de los postulados de André Breton y ello se vincula con textos de Poemas humanos, como “Un hombre pasa con un pan al hombro”, donde afirma de manera contundente: “Un cojo pasa dando el brazo a un niño,/ ¿voy, después, a leer a André Breton”. Creo que la noción vallejiana es que la realidad supera a la ficción: el cojo expresa la solidaridad al niño y este hecho es más trascendental que cualquier acto lúdico surrealista.
Hay un aspecto, sin duda, notable tanto en el autor de Pájinas libres como en el de España, aparta de mí este cáliz: la necesidad de reaccionar creativamente frente a una propuesta estética anterior. González Prada se opuso a la cosmovisión que subyace a las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma; Vallejo liquidó las propuestas modernistas en Trilce y abrió su discurso al imaginario vanguardista. Ambos conocían hondamente la tradición poética peninsular, pero jamás imitaron la obra de poetas españoles, sino que se nutrieron de la tradición literaria francesa.
Si hay algo que hermana a los dos escritores es la oscilación entre la visión cosmopolita y el indigenismo a lo largo de su obra literaria. González Prada estudió las estrofas francesas del siglo XIX en su Ortometría, un tratado de métrica que fue publicado póstumamente; pero, asimismo, se acercó creativamente al mundo andino en Baladas peruanas. Por su parte, Vallejo escribió una obra teatral en francés (Lock-out) y algunos textos de crítica de teatro, como “Notas sobre una nueva estética teatral”, en la lengua de Charles Baudelaire. Sin duda, el problema del bilingüismo es clave para comprender a plenitud la obra de ambos creadores. En la poesía de Vallejo, hay términos que proceden del quechua, del culle (lengua indígena desaparecida que se hablaba en el norte del departamento de la Libertad) y del francés. La obra poética de González Prada adaptó la métrica francesa al español en Minúsculas; pero, al mismo tiempo, el político y orador peruano empleó algunos términos que vienen del quechua en Baladas peruanas.
En tal sentido, los dos escritores vieron en Francia el símbolo de la modernidad literaria; sin embargo, no fueron meros imitadores, pues se aproximaron a la corriente indigenista en el ámbito de la literatura. Por ejemplo, González Prada evoca, en su poesía, el origen del Imperio Incaico a través de la dualidad como centro de la cosmovisión andina. Vallejo pergeñó poemas, como “Idilio muerto” o “Telúrica y magnética”, donde observa cómo el hombre del ande manifiesta el pensar mítico distinto de la racionalidad instrumental que prima en Occidente.
En marzo de 1918, el diario La Reforma de Trujillo publica la entrevista que Vallejo le hizo a González Prada. Se trata de un encuentro sin precedentes entre dos gigantes de la cultura peruana. El poeta de Santiago de Chuco era aún el joven que se aproxima al erudito lúcido que lo encauza por el ámbito de la literatura universal y describe así su experiencia de ver al notable intelectual peruano: “Yo le miro sobrecogido; el corazón me late más de prisa, y vuelan disparadas mis mayores energías mentales hacia todos los horizontes, en mil centellas raudas, como si algún latigazo dirigente fustigara de súbito a un millón de brazos invisibles para un trabajo milagroso, más allá de la célula… Es que González Prada, por una virtud hipnótica que en estado normal sólo es peculiar al genio, se impone, se adueña de nosotros, toma posesión de nuestro espíritu y acaba por sugestionamos”.
No está de más recordar que Vallejo dedicó a su mentor el poema “Los dados eternos” escribiendo estas ilustrativas líneas: “Para Manuel González Prada, esta emoción bravía y selecta, una de las que, con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran maestro”. Lo que sucede es que el poeta santiaguino quería liquidar el legado hispanista y abrir su discurso al pensar mítico andino. Por eso, se nutre de un manantial inagotable: el pensamiento de Manuel González Prada.


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